El poder del conocimiento: elogio al capital humano en la innovación

Según Eduardo Bueno, el conocimiento es la base del capital humano tal como lo entendemos en la actualidad. A partir de la evolución histórica del concepto de conocimiento, y de la importancia que se le ha dado en las diferentes etapas de la historia, Eduardo Bueno realiza una reflexión sobre el papel del saber en la construcción de la sociedad moderna y su economía. 

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 “Ningún deseo más natural que el deseo de conocer… Mediante el conocimiento de lo general tenemos la inteligencia de lo particular” (Aristóteles, Libro I, Metafísica)

La frase del filósofo griego con que se inicia este trabajo, permite diseñar el encuadre del contenido del mismo. En este sentido se llevará a cabo una reflexión sobre el papel que el conocimiento, el saber, como deseo humano y como concreción del hecho de conocer, ha tenido desde la antigua Grecia hasta la construcción de la sociedad moderna y de su economía, caracterizadas “como del conocimiento” desde mediados del siglo pasado hasta el momento presente. Proceso que ha ido relacionando el conocimiento en sus diferentes categorías con la inteligencia, como expresión del comportamiento humano o de estos entes naturales y del comportamiento organizativo o de los entes artificiales creados por el ser humano.

Esta consideración introductoria permitirá sentar las bases que justifican la propuesta del título del trabajo que, primero, hará explícito el poder del conocimiento y, en consecuencia, de la ciencia, si se hace referencia al saber teórico y práctico que fundamenta el conocimiento científico y técnico, para después exponer algunas ideas que propicien el elogio del capital humano, como expresión moderna del protagonismo de la persona, es decir, del conocimiento que se encarna en ella y que es capaz de poner en acción con su inteligencia, para generar determinada innovación para la sociedad y, consecuentemente, de utilidad para la economía; cuestión que ha caracterizado la gran transformación socioeconómica producida, sobre todo, en el siglo XX hasta el presente, en la que la ciencia y la tecnología han sido sus protagonistas, lo que para los historiadores actuales de la ciencia ha llevado a considerar que el siglo pasado se le denomine como “el siglo de la ciencia” y que ésta ha ido incrementando su poder desde perspectivas sociales y económicas en el discurrir de los tiempos, con relevancia sin par en el actual, que se concreta en las últimas décadas de la centuria pasada y primera de la presente, aventurándose con evidente certeza nuevos e importantes desarrollos tecnocientíficos para la sociedad en las próximas décadas(*).

Volviendo al origen del trabajo y a la reflexión aristotélica, hay que recordar como Aristóteles, en su obra Metafísica, clasificaba el saber humano en tres categorías: el teórico, en los que se inscriben las ciencias naturales, matemáticas y filosofía, el práctico, caso de la ética y de la política, y el creativo (productivo) en el que se consideran las artes y, dentro de ellas, se sitúa la economía y la administración u organización, es decir, como la aceptación premonitoria de la expresión moderna proveniente de los Estados Unidos del “management como arte”. La influencia del citado filósofo en el desarrollo de la ciencia en general y de la filosofía en particular ha sido incuestionable, llegando hasta épocas muy recientes para construir las bases de los contenidos de la ciencia y tecnología de nuestro tiempo. Baste recordar que sus consideraciones en el libro citado sobre las relaciones entre el saber teórico y el práctico, han permitido conceptuar y definir el papel de la experiencia, para lograr el progreso de la ciencia y del arte en el desempeño del ser humano, cuestión que primero Montaigne en el siglo XVI, en su ensayo “De la Experiencia”, o Kant en el siglo XIX con sus tratados sobre la “Razón Pura” y sobre la “Razón Práctica”, concretaron y desarrollaron lo que Aristóteles certeramente propuso. Este decía que la experiencia proviene de la memoria y que gracias a aquélla la ciencia y el arte, por lo tanto también la técnica, en palabras actuales, pueden seguir progresando. Además, insistía en la importancia de la capacidad de aprender del ser humano, del ente, o del “ser en tanto que ser”, esto es, lo que es y que significa que es la verdad. Ser y siendo que expresan el poder del conocimiento, del saber, como expresión que denota la ciencia y la tecnología que ella crea y que se sirve de ella. Capacidad de aprendizaje que permite tener y desarrollar la inteligencia del ser humano, cuestión que en el “siglo de la ciencia” y en la sociedad del conocimiento actual se ha empleado para definir las organizaciones o empresas inteligentes como aquéllas que aprenden o demuestran capacidad para aprender y, por ende, crear bases de conocimiento o conjuntos de rutinas, pautas de acción o protocolos para seguir actuando y evolucionando de manera orgánica o auto controlada, como proceso adaptativo al fuerte cambio que aquellas entidades vienen soportando en sus entornos sociales y mercados de competencia.

Llegados a este punto es obligado recordar lo que en 1890, Alfred Marshall, en sus “Principios de Economía” (Libro IV) afirmó, de manera también premonitoria y avanzada a su tiempo, sobre el conocimiento como el cuarto factor de la producción; es decir, que además de la tierra y del capital, el trabajo como factor clásico, hay que entenderlo en una doble vertiente: manual (esfuerzo del hombre o fuerza de trabajo física) e intelectual. Por ello propone añadir el conocimiento, como recurso productivo en su perspectiva de actividad mental o agudeza intelectual; cuestión que argumenta con las palabras siguientes: “El conocimiento es nuestra máquina de producción más potente y nos permite someter a la naturaleza y obligarla a satisfacer nuestras necesidades…. La organización ayuda al conocimiento; tiene muchas formas y es de una importancia considerable, siempre creciente…. Tarea que corresponde ejercer a la figura del emprendedor o del empresario…, en cuanto que agente de la producción”. Dichas palabras, que posteriormente fueron tomadas y desarrolladas en un nuevo contexto socioeconómico por Peter Drucker en 1965, por Daniel Bell en 1973 y por Fritz Machlup en 1980, dieron lugar al nuevo enfoque disciplinar de la economía y de la organización basado en el conocimiento.

Dichas palabras y el citado nuevo enfoque económico ponen de manifiesto, de una forma bastante clara, que dado que el conocimiento está encarnado en la persona y que ésta, según determinado contrato formal o moral, cede y desempeña aquél en la organización en la que trabaja o colabora, en su calidad de agente de producción, surge con luz propia en este ente o entidad el concepto que se identifica como Capital Humano, es decir como expresión del valor o riqueza intelectual que atesora y dispone la organización, derivado del conjunto de valores o actitudes, de conocimientos específicos y explícitos, y de las capacidades o competencias que los miembros de la organización poseen. Capital que puede acrecentar el valor de la empresa a partir de los procesos de conocimiento que la misma haya sabido diseñar y que esté gobernando o dirigiendo con eficiencia.

En consecuencia, no solamente se pone de relieve la función y el papel clave del Capital Humano para el éxito de la organización en su proceso productivo y en un entorno de competencia, sino que, además, hay que destacar que sin una estrategia o una pauta de comportamiento para hacer frente al reto estratégico tan relevante que caracteriza a la economía y a sus mercados actuales, es difícil que el esperado y citado éxito se convierta en realidad.

Dicho proceso, en definitiva, caracteriza la función del emprendedor “marshalliano” como el agente que pone el conocimiento de la organización en acción, como estrategia para generar las competencias esenciales de aquélla, la cual gracias a su Capital Humano, como parte integrante y principal de su Capital Intelectual (conjunto de activos intangibles generados por los procesos de conocimiento en acción) va a facilitar la creación de valor en la economía moderna, razón que permite explicar el “poder del conocimiento” o de la ciencia y tecnología en la actual “era de los intangibles”. Pero, el hecho de conocer que protagoniza el proceso de creación de valor económico basado en el citado “poder del conocimiento”, hay que entenderlo en estos momentos y de cara al devenir del siglo XXI en clave de innovación, es decir, siguiendo la pauta del emprendedor “schumpeteriano” en el que el progreso técnico y el desarrollo e incorporación de la innovación, tanto tecnológica, social, como estratégica, en su función de dirección y gobierno de los factores de producción para crear bienes y servicios nuevos es una tarea y una competencia fundamental, tanto para la propia organización o empresa como para la sociedad y para su economía, resultados de innovación que representan las ideas nuevas que son de utilidad para el sistema económico, dado que permiten satisfacer necesidades bien demandadas o bien latentes o que pueden ser afloradas como respuesta a los cambios o a los procesos de adaptación y supervivencia a que se ven sometidos los agentes sociales en la sociedad del conocimiento.

En consecuencia, como resumen de las ideas principales del trabajo que ahora culmina, se puede destacar que durante el siglo pasado y lo que llevamos del actual el conocimiento, tanto científico como tecnológico, esto es, que el saber teórico o el conocimiento de las personas, que el saber práctico o los valores, ética y actitudes de las misma, y que el saber creativo o las capacidades y competencias de ellas, son la base de la nueva concepción del Capital Humano, como expresión del poder del conocimiento en la sociedad y economía que lleva este adjetivo. Elogio del protagonismo de las personas que se integran en las organizaciones modernas, como sujetos de conocimiento, y que hacen del Capital Humano que aquéllas configuran el eje creador de las competencias esenciales y de la innovación que requieren los agentes de producción en su afán de aprender y de saber transferir mejor el conocimiento que los entes o seres naturales y artificiales poseen en procesos que culminan en la creación de innovación, tanto tecnológica, como social o estratégica, en su consideración de ser “la acción de incorporar algo nuevo” en el seno de la organización y con valor apreciado por el mercado y los agentes sociales que le componen. Innovación que es el exponente moderno del saber creativo (productivo) según la propuesta metafísica de Aristóteles, tal y como se ha venido exponiendo en las frases que concretan las ideas manejadas en el presente trabajo.

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(*) Con el fin de facilitar al lector las referencias para ampliar el conocimiento de lo tratado en estas páginas, caracterizadas por su síntesis argumental, a la vez que para disponer del marco conceptual que lo fundamentan, se propone como guía los trabajos siguientes, de los que también es autor el creador de las páginas del presente artículo:
– Bueno, E. (2005): “Una reflexión crítica sobre la comprensión de la Sociedad y Economía del Conocimiento: La era de los intangibles”, Capital Intelectual, nº 0, 1º trimestre, pp 6-17.
– Bueno, E. (2005): “Fundamentos epistemológicos de Dirección del Conocimiento Organizativo: Desarrollo, medición y gestión de intangibles en las organizaciones” Economía Industrial, nº 357, pp 1-14.
– Bueno, E. (2005): “Génesis, evolución y concepto del capital intelectual: Enfoques y modelos principales”. Capital Intelectual, nº 1, 4º trimestre, pp. 8-19
 
Eduardo Bueno Campos – Catedrático de Economía de la
Empresa y Director del IADE-CIC de la UAM
26 julio 2007

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